La Única Salida



Su marido se encontraba extraño.

Claramente no sabía qué era lo que sucedía. En una de sus muchas horas sola en el departamento, había pensado en la posibilidad de que tuviera un amante; una mujer joven, más delgada, más pequeña, incluso más inocente. Él, se levantaba temprano. No decía una sola palabra durante el desayuno, pero se le notaba molesto si hablaba de su trabajo. Al volver por la tarde, se le veía indignado, con los hombros rígidos bajo la ropa, pasos sonoros y rápidos, sin mencionar la clara señal de desagrado abismal en su rostro; como sus ojos inyectados de sangre, sobresaliendo de sus cuencas, la mandíbula tensa sobresaliendo arrugas y marcas, mascullando sobre su irritación y cólera que le producía un compañero de trabajo que se metía de más. Apenas podía verlo en una fotografía.
Él era un tipo desordenado, sin embargo, era bastante planificador, con metas claras a las cuales siempre llegaba de una u otra forma; llegando a ignorarme por completo. Tanto mis necesidades, como mis sentimientos. Después de todo, algo que detestaba en demasía, era la intrusión y cambio de sus planes inesperadamente, error que su compañero de trabajo solía hacer, según él.


Sin embargo, nunca decidí encararlo, puesto que, en parte, le temía. Por otra parte, a veces, tenía acciones que me decían que realmente, su poca presencia era para asegurarnos un futuro mejor y que realmente me apreciaba. Sin embargo, esas efímeras esperanzas habían dejado de hacer su efecto. Llegando a creer, en aquellos momentos donde sobre pensaba, que sólo se esforzaba cuando notaba que yo me alejaba y no le seguía como un perro faldero. Pero seguía creyendo en una aventura con una mujer hermosa. Porque, si bien yo había sido bella, ese tiempo ya había pasado. No tenía veinte años. No estaba delgada, tenía unos pocos kilos de más. Aquellos jeans de los 2000 ya no me quedaban, tenía arrugas que el maquillaje no ocultaba, entre otras cosas. Los hombres son ambiciosos, y siempre les va a gustar tener una mujer más joven que esté como una nena pero que sea de un rango… ¿Legal?

Traté de no pensar en ello, sin embargo, había escuchado anteriormente de mis amigas cómo actuaban sus infieles parejas, formando en mis indagaciones recientes, algo así como un perfil psicológico de los infieles. Y Rudy, se llevaba todas las fichas. Mas, intenté nuevamente dejar esos pensamientos cuando Rudy se presentó más temprano para darme un poco de cariño.


— Amanda – me dijo una noche, luego de atender una llamada del teléfono fijo que usaba para asuntos de trabajo, siendo que no era una hora decente para recibirla –, me tengo que ir. Es importante.


Hablo fríamente, como era usual en su persona, sin embargo, en sus ojos se asomaba un brillo enturbiado con cierta ira extraña. La llamada había sido tarde, y la había contestado en vez de poder ir a descansar. Buscó en el armario su caja fuerte, tomando algo que no pude ver, mas si imaginar, para luego marchar apenas vestido para salir.

La idea de una amante molesta que obstaculizara sus planes se arraigaba con más fuerza a mi mente. Obviamente, de la caja fuerte había tomado un arma, Rudy, realmente a veces tenía arranques de ira cuando las cosas no se hacían a su manera. Me preocupé. Esperaba que no decidiera matarla a causa de un ataque de ira; así que me levanté lo más rápido posible para vestirme apenas escuché que cerró la puerta del departamento.

Al salir, corrí por las escaleras sabiendo que él había tomado el ascensor del edificio a pesar de estar en el segundo piso. Antes de llegar a la planta baja, me escondí en la vuelta de la escalera cuando él estaba saliendo del edificio. Caminé detrás de él durante una media hora, escondiéndome de las luces de las calles, entre la gente que caminaba a esas horas. Fue entonces que se encontró con alguien, Rudy se encontraba tenso, su cuerpo lo gritaba a los cuatro vientos. El hombre frente a él estaba más relajado y jocoso. Despreocupado se acercaba y chocaba amistosamente con él, puesto a que estaba alejada no había podido oír la conversación con claridad. Había comenzado a llover provocando a las personas a correr a sus casas, permitiendo a Rudy golpear al hombre y lo arrastrarlo al callejón que se encontraba frente a ellos.


Escuché ruidos extraños contra los tachos de basura, quejidos, y el crujir de las hojas de otoño que aún no habían llegado a mojarse. Preocupada por mi esposo corrí hacia la callejuela. Él no me vio, no me escuchó.

Él se encontraba hiperventilando.

No tenía control de la respiración, y no podía retener oxígeno más de unos segundos a causa del miedo.

Sus pasos formaban un eco frívolo, mezclándose con los sonidos de la calle que se encontraba detrás; los automóviles y los frenos que se presionados a último momento, las bocinas, el bullicio general de los transeúntes corriendo y el chasquido generado a causa de los zapatos chocando con los charcos de agua del suelo. En el callejón aquellas gotas que repiqueteaban en el suelo a tiempo dispar por sus diversas alturas y sitios. Algunas más lentas y desesperantes, otras más rápidas e inquietantes. Parecía que marcaban los segundos y minutos que restaban en la vida de aquél sujeto que se encontraba delante de ambos.

La respiración agitada, la sangre en su hombro y pierna derecha que no dejaba de fluir a pesar de la presión que el aplicaba sobre la herida, aquellos ojos que rogaban le observaban a él y luego al cielo, a quien murmuraba palabras incomprensibles sobre su inviable salvación. Se arrastró hasta que su espalda chocó con el frío final de la angosta y hedionda bocacalle.

Alzó la mano con el arma silenciada lentamente; reparé sobre el último suspiro escapando de sus secos labios y el reflejo final de la noche en aquellos ojos curvados a causa de una última súplica aterrorizada, hasta que la bala en un estallido brillante cruzó entre sus ojos, despedazando y manchando el rostro que termino por horrorizar lo más profundo de mi mente y recuerdos.

El cuerpo cayó seco haciendo ruido en un pequeño charco.


Por un momento, quedé inmovilizada, sin reconocer quién era quién. El cuerpo estaba en sombra, y el que estaba apenas iluminado por el farol se encontraba de espaldas. No sabía que pensamiento era peor: que el asesinado fuera su esposo, o que sean en realidad el asesino.

Poco a poco, pude visualizar aquella camisa, que traslucida dejaba ver aquel horrible tatuaje de dragón escalofriante, cayendo en cuenta de la real tragedia…

— No puede ser… – aquella sombra se dio vuelta con sorpresa al escuchar mi voz.

— Amanda…

Su esposo era un asesino.

Corrí desesperadamente a la calle, sin escuchar los llamados de mi marido. El la seguía, mas tuvo suerte que al llegar al otro lado el semáforo cambio a verde, permitiendo el paso a unos pocos autos. Una por una las lágrimas desbordaban sus ojos nublando apenas su vista.

— ¡Amanda!

Llegué a la puerta del edificio donde estaban entrando unos jóvenes borrachos, pudiéndome escabullirme hasta el ascensor. Entré, tratando de calmarme, secando las lágrimas y escurrir mi ropa, ensuciando sin darme cuenta. Debería haber escogido la escalera. El ascensor estaba abierto y a la vista, sin embargo, era lento. Al llegar al piso, pude oír los pasos de mi esposo por la escalera, apurados pero pesados. Corrí al departamento, tardando en tomar bien las llaves a causa del temblor que sufría mi cuerpo, mientras los pasos se acercaban aún más mezclándose con el tintineo vertiginoso del llavero. Entré, pero antes de cerrar bien la puerta, él la empujó más un poco más fuerte.

— ¡Amanda, no me hagas esto! ¡Te lo puedo explicar!

— ¡Callate! ¡Asesino!

Logré empujar con mayor potencia y cerrar, pero la puerta era golpeada con tanta intensidad que parecía doblarse.

— ¡AMANDA! ¡ABRÍ!

Vi el mueble de zapatos y traté de moverlo contra la puerta. Luego corrí a tomar algún cuchillo de la cocina cuando él rompió parte de la madera, empujando más violento, más desesperado.

Con el cuchillo en mano, mirando a la puerta, pensé en acercarme al balcón a gritar ya que estaba a pocos pasos.

Aterrada me moví hacia la puerta vidriada cuando él abrió, destruyendo la puerta a balazos. Le amenace con el cuchillo, mas no le lastime y desvió con la mano mi brazo débil y tembloroso, mas no le permití apuntarme con el arma, Forcejeamos cuando caí en cuenta que el balcón era la solución y única salida. Le empujé un poco y tropecé hacia afuera. Pronto tomó mi brazo y disparó hiriendo mi hombro izquierdo arrancándome un grito de dolor que desgarró mi garganta y sus oídos. Le tomé por los lados de la cabeza, apretando mis pulgares contra sus ojos mientras lo giraba forzosamente contra la baranda que le llegaba a la cadera. Él tropezó con las macetas y le empujé por el balcón.

Le veía, a quien llame amor de mi vida, despidiéndose en su último grito junto a las gotas de lluvia que caían al vacío hasta chocar contra el pavimento.

— Te quería tanto…

Caí al suelo gimoteando, desangrándome en el suelo mojado de ese balcón.

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