Boda Primaveral



Esa tarde de primavera, los preparativos estaban casi listos. Había sido un mes arduo donde los trabajadores, casi sin la piedad del fin de semana, habíamos decorado la quinta para la boda que iba a suceder durante la tarde del día próximo. Sin embargo, debían levantarse temprano para asegurarse por enésima vez que ese festejo de boda del burócrata iba a ser perfecta en todo sentido.

Fue entonces que, sentada en una de las bancas de madera blancas, se encontraba María esperando el encargo de luces blancas que Dios sabrá por qué no habían llegado, a pesa que debería hace ya dos semanas. Sentada allí, estuvo tres horas y, el frío comenzó a calarle la piel y huesos a causa de la noche engañosa de primavera. Se levantó y dirigió a la cocina donde quedaban sobras de su almuerzo que comió con aburrimiento, observando al suelo, mientras se prometía a sí misma que aguardaría media hora más. Pero, poco a poco, sus párpados tentando al sueño, se hicieron insistentes en cerrarse. La jornada había sido extensa.


Al otro día, fueron los cocineros quienes le despertaron 6:30 AM. María, desconcertada solo pudo escuchar todos los regaños a causa de dormir inadecuadamente y demasiado. Se levantó con prisa, saliendo de la cocina lo más rápido que le permitía su situación de recién levantada. Corrió a casa por un baño y nueva ropa, comprando un poco de comida para calmar el hambre voraz que sentía en la boca de su estómago.

Llegó a la quinta, en el momento de la entrega de luces que faltaban, tirándole reproches al pobre diablo del correo. Tomó las cajas con otro compañero para colocarlas donde debían. Más tarde, llegó el florista con unas hermosas rosas blancas en grandes ramos acorde a la decoración, que fueron colocadas en vasijas enormes dentro de la quinta bellas y deslumbrantes, a petición de la novia.


Acomodamos las alfombras, para minutos más tarde ser usadas por las damas de honor, arregladas con sus vestidos de seda, bolsos caros de piel de cocodrilo y, sus perros pequeños y chillones que, si no se moviesen, parecerían bolsos de mano. Los insufribles animales correteaban por todos lados, pisando con sus patitas las grandes cortinas, ladrando a los cocineros por comida y mordiendo los tobillos de quien se les acercaba. Eso, sin contar al niño de una de ellas… La mujer creía que su pequeño rubio ojizarco, era tan angelical como su aspecto, en cambio era peor que los animales juntos. Le hizo la vida imposible a todo ser que se le acercó, sin embargo, si no podíamos patear a los perros, menos al niño.


La hora había llegado: el novio y la novia, junto a los invitados que iban llegando, compartiendo copas de vino con el cura, quien era invitado de honor.

Bailaron, comieron y bebieron hasta adentrada la tarde. Cayendo ya la noche, el frío era demasiado, mas nadie quiso marchar, prosiguiendo con la celebración dentro de la casa. Se cerraron las puertas dejando a todos quienes no fueran mozos o cocineros fuera.

Al cabo de poco tiempo, algunos tosieron. Se le atribuyó culpa al frio y a que comían demasiado rápido. Sin embargo, a la hora de leer las cartas de los invitados dedicadas a la pareja, fue cuando todos comenzaron a toser sin detenerse. Los trabajadores, que estaban ya recolectando las decoraciones, observaron este comportamiento extraño en los huéspedes. Se amontonaban contra las puertas de vidrio, mas no eran capaces de abrirlas ni romperlas a causa de la desesperación. María junto a otros se acercaron, abriendo las puertas casi siendo aplastados por la liberación de esa oleada de personas que, aterrorizadas por su asfixia, corrieron en busca de aire. Sin embargo, al salir, no hubo soplo de viento que entrara por su nariz o boca. Más que estar al aire libre, parecía que se ahogaran en petróleo.

Cada invitado, mozo y cocinero terminó desplomado en el suelo muerto por asfixia.

Al llegar las autoridades, quienes estaban tan atónitos como los trabajadores, no podían explicar lo sucedido, a pesar de haber interrogado a cada uno. Los médicos todavía hacían pruebas en las víctimas.


María se acercó a la quinta, apenada y aterrorizada por aquellos rostros que habían pasado de morado a pálidos junto a esos ojos desorbitados cuando se rindieron a la muerte. Así, que solo para llevarse algo bonito, tomó una de las rosas blancas intactas, acercándose para sentir su aroma agradable, tosiendo por la sensación invasiva de la esencia en su nariz. Una, otra y otra vez más, alarmando a los demás, provocando a los enfermeros para aproximarse.

Su garganta se estaba cerrando. Sentía su faringe contraerse y al mismo tiempo el intento de abrirla dejaba una sensación de desgarro. Apretó sus manos en el hombre de un enfermero como si fuera su salvación. Su rostro se tornó de rojo a morado. Las marcas de su rostro se incrementaron por las muecas que generaban sus músculos y, sus ojos, desorbitados y nublados, apenas visualizando a los policías y compañeros acercarse más, aparentaban querer salirse de sus cuencas con toda la vitalidad esfumándose en cada segundo; hasta que el brillo de los mismos se deshizo en su último suspiro.

— Las flores…

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