
—Ma , tiraste el cenicero con todas las cenizas —Me quejé con un bostezo. La mujer mayor seguía revolviendo los sillones buscando algo bajo los almohadones—. Ma, ¿qué pasó? ¿Qué buscas?
—El pañuelo... perdí el pañuelo…
La angustia se escuchaba en su tono frágil y sus manos rápidas pero temblorosas. Trate de visualizar el objeto en mi cabeza con dificultad.
—¿Cuál? ¿Ese medio celeste?
—Sí, ese. El que me regaló mi padre.
No se detuvo un segundo a mirarme, aun concentrada en su búsqueda. Apoyé el cenicero en la mesa ratona y me acerque con paso pesado. Cuando le puse una mano en el hombro se detuvo bruscamente, pero tampoco se giró. El silencio me permitió oír con más detalle cómo respiraba por su boca, alterada. Se irguió lentamente, apretó sus manos huesudas en puños frente a su vientre y luego de tomar unas cuantas respiraciones se dio la vuelta a mirarme.
—No sé dónde lo dejé.
Los surcos de su rostros ahora eran más notorios, su boca más fina y caía al igual que las cejas y la piel debajo de ella, por alguna razón caí en cuenta de lo anciana que era y el cansancio de los años en ella.
—Bueno, ya lo vas a encontrar tranquilo. ¿Hace cuánto estás buscando? Vení sentate, tranquila.
La ayudé a sentarse y la seguí tomando sus manos entre las mías, estaban frías.
—Pero es que tu no tienes ni la más mínima idea de lo que significa para mi. No sé qué voy a hacer si no lo encuentro…
—Bueno pero tranquila. Ya vas a ver que te vas a acordar donde lo dejaste. ¿Desayunaste?
—No… ni la medicación —dijo pausadamente recuperando el aliento con dificultad.
—¡Pero mamá! ¿Cómo que no la tomaste? ¡Mira que no es joda la presión alta!
La alteración fue suficiente para despertarme completamente y de un salto me levanté y corrí a la cocina, tropezando con algunas cosas. Me apuré a buscar la medicación en los cajones mientras escuchaba las excusas de la vieja. De paso, aproveché y puse a calentar el agua.
—Pero ma, vos le tenes que hacer caso a los médicos con estas cosas. Tomala dale.
—¡Les hago caso! Me olvidé porque no encontraba el pañuelo por ninguna parte.
—Apuesto que te subió la presión. Es peligroso eso.
—¿Y qué querías que hiciera?
—Podías tomar la pastilla primero y buscar después.
—Ojo ese tonito que soy tu madre.
—Bueno, bueno.
Tragó la dosis con incomodidad, haciendo un ruido gutural de asco, pero no dejó el vaso en la mesita, se quedó mirándolo. Cuando la molestia ligera se marchó, la preocupación volvió a tomar su lugar. Levantó la mirada hacia el retrato de sus padres en la biblioteca. Tomó una larga respiración temblorosa. El silencio frío asentado se rompió nuevamente con el sonido suave del agua que comenzaba a burbujear y me tuve que levantar para que no hierva. Armé el mate y llevé unas masitas que sobraron del día anterior y volví al lugar en el sillón.
El murmullo del afuera comenzó a invadir el departamento despreocupadamente. Cuando tomé el primer mate mirando a la nada me di cuenta de la suciedad del aire..
—Fua, una polvareda ¿las cenizas de quién tiraste, ma? —El comentario le valió una mirada severa. Lamentablemente no fue la mejor situación para decir algo así. Tal vez no estaba tan espabilado como pensaba—. Voy a abrir la puerta del balcón, a ver si sale algo…
Le di un mate antes de levantarme a abrir, El cielo estaba totalmente azul sin nubes. Había de vez en cuando un viento frío, pensé en fumar pero era muy temprano y el cenicero estaba lejos.
—Tú porque no sabes lo importante que son estas cosas…
Su voz sonaba sombría, encorvada en el sillón. Tal vez porque era un murmullo para ella misma, tal vez porque yo estaba lejos. Entonces se dirigió a mí.
—Todo esto era de mis padres, de tus abuelos.
—Sí ma, ya sé, te los trajiste de España con el tío.
—Pero no sabes por qué — Esta vez me giré a mirarla aunque solo veía su figura oscurecida detrás de la cortina—. Tus abuelos eran anarquistas. No las pasábamos esquivando las autoridades en el pueblo. Pero la situación no daba para más, sobre todo para mi madre. Cuántas noches la habré escuchado llorar porque mi padre pasaba la noche en una celda, o mi hermano no volvía hasta tarde en la noche magullado —Tomó una larga respiración y apoyó el mate en la mesa—¡Pero…! Un día escuchamos a algunos amigos que marcharían hacia aquí, y pudieron ver un futuro para mi y tu tío. Vieron una buena oportunidad. Primero mandaron a mi hermano mayor, para que él pudiera conseguir trabajo y luego quisieron que fuera yo. Pero yo no quería saber nada. Era una niña y aún no la pasaba bien en las noches de tormenta. Y si bien viajaría con la familia de un amigo de mi padre, yo no quería. Algo me hacía temer, creía que nunca los vería otra vez. Fue entonces que mi padre me obsequió ese pañuelo para mí, como promesa de que nos volveríamos a ver, que ese pañuelo me protegería hasta entonces. Así que viajé, me encontré con mi hermano y esperamos a que ellos volvieran a nosotros. Pasaron no sólo días, pasaron noches, semanas, meses y al fin, años. Por más que rezara, por más que llorara, nadie vino a tocar la puerta del conventillo, ni la de la casa que mi hermano pudo alquilar tiempo después. Y ninguno de los dos se atrevió a volver cuando las cosas terminaron. Construimos nuestras vidas sin saber, sino, jamás lo hubiéramos superado. Al final, ese día en el puerto fue el último en que los vi y ese pañuelo único testigo.
Se enderezó momentáneamente: la larga historia la hizo suspirar, como si se hubiera aguantado, y nuevamente volvió a dejarse caer sobre sí misma. Apoyando los codos en sus piernas. Tomando una masita, masticándola penosamente.
Una vez más la casa quedó en silencio. La luz matutina teñía la oscuridad de la casa con un filtro azul, casi como un cuadro. No tuve que ver ni imaginar nada para sentir el peso de su expresión en mi pecho. Los minutos y la quietud me lo decían todo. Solté la baranda y volví a entrar con decisión. Mire a los lados. Vi el televisor y rápidamente me agaché para abrí el cajón de abajo. Levanté cassettes algo polvorientos y unos CDs. Luego me apuré hacia el pasillo para ir al baño. Me detuve y agarre la pared para no hacer equilibrio al asomarme.
—¿Y vieja? Dale, vamos a buscar.
Escrito en agosto de 2025
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