Las calles estaban oscuras mientras caminaba. Era lo mejor cuando se trataba de un trabajo como este. Setenta Kilogramos repartidos en dos bolsas de basura era bastante tedioso de tirar, sobre todo cuando el tacho de basura estaba tan lejos. Pero estaba acostumbrado. Eran las cinco de mañana aproximadamente, pronto iria a trabajar como siempre y, como cada unos días, sacaba la basura. Su marido era muy molesto con eso.
Salió de su casa el viejo Aurelio, que saludó antes de entrar a su Auto.
━¡Eh! ¡Buenos días! Fua deberías sacar la basura a la noche.
━¡Hola! Lo haría, pero siempre llego cansado. Mejor ahora que me queda de paso.
━Para mi que tu marido te tiene cagando...
Se rió y marchó en su auto viejo que hacía un ruido insoportable.
Esperó a que nadie más lo viera porque uno de testigo era suficiente. Muchos sin embargo, podrían tener opiniones y sospechas diferentes.
Al llegar al Tacho enorme escuchó en la esquina el camión de la basura, temprano como siempre. Se dio la vuelta y caminó rápido. De los guantes de cocina se desharía de ellos mañana, que su hermano iba a quemar hojas con la municipalidad. Pasaría por allí diciendo que estaba cerca de casualidad y quería saludar a su familia, como buen hombre que siempre se le consideró.
Bajó el estacionamiento del edificio y tiró su bolso que le estaba ya agujereando su hombro por poco. Desvió su mirada al espejo retrovisor y vio el pequeño muñeco que colgaba que era de su marido. Bueno… había sido de su marido.
Nadie le había mandado a investigar nada. Metido. En todo caso debió quedarse callado. ¿Qué se creía? Siempre se quedaba en casa; como matrimonio, alguno siempre debía tomar ese papel. Tal vez la parte más asquerosa fue tener que cortarlo. Los órganos interiores fueron asquerosos de triturar y que pareciera carne molida en el refrigerador, pero él debería haber respetado su lugar y estaría aquí y ahora, vivito y coleando.
Esperaría a mañana para hacer la denuncia de desaparición, aunque molestaría a todos con preguntas y caras preocupadas sobre si sabían algo. Pero es lo que siempre se hace.
“Conozco a la policía gracias a mi hermano, conozco a los vecinos del edificio y del barrio; incluso los compañeros escritores de mi ex marido. Todos me aprecian y me consideran un buen hombre por lo que hago por ellos. Pero, para infortunio de mi exmarido, no le conocían tanto, y tampoco caía también por su carácter. Y los que no agradan, nunca se les toma en cuenta por mucho tiempo. No había huellas gracias a los guantes, no había ni siquiera un cabello. Una lástima que él se haya metido. Pudo ser diferente. En unas semanas, cuando pase la sorpresa, todos pensarán como yo: que él se lo merecía después de todo”. Pensó, y por fin encendió el auto y se marchó.
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