Escuálidas manos se estiraron a tantear el rostro. Nació ciega, sus manos eran sus ojos.
Tanteó la nariz, la boca, los ojos…
—¿Quién es? No lo reconozco, está desfigurado.
—Señora, es su hijo.
Miró las cuencas: profundas, oscuras, chorreando por sus mejillas, empapando la venda recién puesta.
Se preguntó quien era.
No la volvió a ver por un largo tiempo.
Llegamos temprano, nos sentamos alejadas del estrado. Angustiadas, emocionadas, aun así aterradas. Hablamos limpiando nuestros pañuelos, orgullosas de usaros en nuestras cabezas. Era, es y será el símbolo de nuestra incansable lucha, nuestra esperanza, nuestro amor.
Nos tocaron el hombro.
—Por favor señoras, sáquense los pañuelos.
Escritos en agosto de 2023
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