El Ganso

 Esto sucedió hace un par de años. Ahora que estoy en la universidad, soy una persona adulta, tengo un pequeño departamento en la ciudad, y me he acostumbrado a esta ruidosa e invasiva vida citadina. Sin embargo, la vida que tuve en el campo, y todos los terrores que me dejaron aún recorren mis venas, atormentándome tanto en la clara luz del día como en las más oscuras noches. La experiencia más fuerte, probablemente sea la que presencie cuando tenía ocho años, junto a mi hermano 3 años menor.


Todos los días caminábamos juntos por los pastizales, bosques, lagunas y nuestra granja. Allí siempre estaba el peón, del cual jamás supimos su nombre real. Lo peor, aparte de su presencia intimidante, era su aspecto. Alto y fornido; su rostro, usualmente oculto por un sombrero. Le faltaba un ojo, dejando esa cuenca casi vacía, pero si mirabas de cerca, más a lo profundo del hueco, allí se encontraba la carne cicatrizada con algunas venas palpitantes. No obstante, su rostro se encontraba igual de demacrado: le faltaban pedazos de piel, se notaba la carne, el vello le crecía disparejo (sino es que en algunas secciones ni crecía)… esto sumado a sus arrugas por la edad y su ojo azul eléctrico que escudriñaba tan acusador que parecía querer saltar de su sitio para señalar todo. Probablemente en verano era aún más repulsivo verle. Cuando se quitaba las capas de ropa luego de un largo día de trabajo, revelaba su torso magullado, resultando acorde con su rostro. A veces parecía simplemente mal cicatrizado, siendo así que, durante el trabajo, sus músculos se abrían descubriendo los tendones. Incluso los huesos.

Por otro lado, continuamente se encontraba con humores fogosos, conduciendo a tratarnos tal cual caballos sin domar; por lo cual, el único momento del día en donde podíamos pasear por la granja sin problemas, era en la hora de la siesta. Pero, a veces, él era quien nos cuidaba cuando mi familia debía irse. Así que nos daba las tareas pesadas con un vago pretexto para “hacernos hombres”, cuando simplemente era lo que él no tenía ganas de hacer.

Así fue, como una noche, luego de que mis padres llevaron a mi abuelo de emergencia al hospital, él se quedó cuidándonos. Apenas manejábamos el nerviosismo, dificultando la llegada del sueño. Quisimos tranquilizarnos bebiendo mate cocido, mate de leche, o lo que fuera para buscar la mínima conciliación.

El abuelo dormía junto a nosotros, a un costado de nuestra litera, por lo que notamos sus convulsiones. El cargada en su cuerpo heridas similares a las del peón, como esos ojos electrizantes. Aun así nunca respondieron nuestras preguntas sobre cómo recibieron tales heridas.

Luego de un rato, ya acostados y el peón nos arropaba, bajo la tenue luz de la mesa, le pedimos respuestas una vez más.

“Supongo que ya son grandes para conocer la historia”. Habló con cierta pizca de malicia jugando en su lengua.

“¡Claro que somos grandes!”

“Bien, bien. estas heridas no las tuvimos como ustedes creen, porque nadie creería que ese animal pudiera ser capaz de algo así.”


Nos quedamos los tres en silencio, solo escuchando los insectos nocturnos, con la emoción burbujeando en nuestros estómagos.

“Fue hace 20 años. Había empezado recién a trabajar para la familia. Una noche así, como esta, se escuchó un quilombo tremendo en la granja: los cerdos chillando como torturados, las gallinas cacareando y corriendo sobre el barro y excremento, y los gallos que gritaban como locos. Las vacas y caballos arremetían contra las cercas de madera del establo. Pensé con tu abuelo que algún animal maldito se había metido, así que salimos en camisones y con las escopetas que están en la pared, ¿vieron? esas mismas…”

Guardó silencio por largos minutos, hasta que mi hermano no pudo más.

“¿Y?”

“Ningún depredador. Era un enorme ganso.”

“¿Un ganso?”
 dije con un tono socarrón.

“El peor. Mató a otro ganso y a un gallo; y a pesar de sus heridas, la sangre y la carne deslizándose de entre sus plumas, no paró, siguiendo con su carnicería con quien se le cruzara primero. Estaba manchado de barro y heces, sus ojos inmersos en sangre. Le salía espuma del pico, tanto por las comisuras como de sus orificios para respirar; junto a una espesa y viscosa saliva que saltaba con cada graznido contra las pobres gallinas y gansas. Incluso atacó a los caballos que estaban como locos. Tu abuelo, que siempre tuvo manos débiles, le disparó al animal errándole, y provocando más furia a la bestia que voló hacia nosotros con una velocidad increíble.
Le quise disparar en el pecho pero solo alcance el ala, por lo que cargo contra mi, picoteando la piel y escupiendo su saliva y espuma contra mis ojos y boca.
Recuerdo el dolor como si fuera ayer. Despedazó mi piel parte por parte. Arrancó ferozmente mi rostro. Al igual que una tela que rompes de a poco y ves como se descose y rompen los hilos lentamente. Dejo a la vista mi carne ardiendo al rojo vivo, mis huesos manchados y la sangre escurriendo y salpicando por todo el lugar. Escarbó en mi ojo hasta sacarlo y sentí como se cortaba cada nervio y venas hasta el final. Con sus uñas afiladas magullo todo mi cuerpo mientras tu abuelo desesperadamente intentaba sacarlo de encima, provocando que el maldito arremetiera contra él. El animal tenía una fuerza descomunal, completamente desmedida a lo que debería ser. Mi garganta estaba al rojo vivo, mientras me revolcaba en el barro y sangre, cubriendo mi mi cuenca y tratando de taparme con la ropa deshecha, las heridas de mi cuerpo. Tu abuelo gritaba tan fuerte como lo había hecho yo, casi dejándome sordo. Entonces, vi la escopeta a no más de un metro. Me arrastré y la tomé entre mis manos como pude justo en el momento que la bestia quiso arremeter de nuevo contra mí, específicamente mis piernas. Le disparé penosamente en la otra ala gracias a mi dolor y terror. Solo su abuelo que resultó menos herido pudo acercarse y saltar arriba del animal y romper su cuello de una vez luego de una lucha salvaje.”



Volvió el silencio. Yo procesaba la información con cierto escepticismo. No me creí la historia porque sonaba disparatada. Sus heridas parecían ser más quemaduras y tal vez se le prendió fuego el rancho a él y mi abuelo y ya. Él era un torturador de niños profesional. Mi hermano, sin embargo, al ser más chico se aterrorizó. Por lo que pasé casi toda la noche intentando convencerlo de que todo era mentira y era otra de las desagradables bromas de ese tipo.

Por un tiempo no se volvió a hablar de esa noche. Alguna que otra vez mi pequeño hermano le había preguntado al abuelo sobre la historia, pero solo recibía de mis padres regaños y palabras tales como “deja en paz a este hombre decrépito de una vez”. Solo una vez el abuelo respondió “Ten cuidado con los gansos, en primavera pueden ser diabólicos si te les acercas mucho”. Al final lo terminó superando con el paso de los meses.

Entonces, una noche de primavera, se escucharon estruendos en los establos. Todos los animales estaban enloquecidos. Me encontraba exhausto por el trabajo del día, por lo que no me levanté ni escuché a nadie levantarse. No fue hasta que escuché gritos desaforados de mi hermanito y mis padres. Me levanté tan rápido que apenas tenía un par de calzones y botas por el barro.

Se me helo la sangre y erizaron todos los pelos del cuerpo al ver como mi hermano era rodeado por cuatro gansos que sobrevolaban y lo atacaban sin piedad, como si no lo conocieran de toda la vida. Había gallinas desplumadas y descuartizadas en el suelo, mezcladas con barro. Los animales se le abalanzaron tirando de su cabello. sus pequeños brazos y manos regordetas. Los picos espumosos arrancaron la piel con una facilidad monstruosa; los gritos desesperados, la sangre brotando de entre su carne, manchando el suelo junto con la saliva y espuma viscosa de las bestias.

Caí en cuenta de mis padres desesperados intentando ahuyentarlos, pero ni siquiera lograron acercarse.

A lo lejos, con una linterna, venía el peón disparando al aire y gritando insultos. En algún momento mi abuelo pasó al lado mío, pero cayó de lleno en el barro. Desesperado. Tratando de acercarme gruñendo y jadeando del esfuerzo. Mi hermano lloraba y gritaba mientras le arrancaban la piel del rostro como quien pela una cebolla.
En algún momento, me libere de la parálisis, y entre a la casa. Tomé la escopeta de la pared para volver a la granja corriendo, esperando poder hacer algo.

El pequeño ya estaba en el suelo mientras el resto de la bandada atacaba a mis padres. Les disparé, y atraje a esos monstruos, y pude vislumbrar mejor a mi hermanito pintado de rojo, casi sin piel, carne o siquiera sangre. Sus cabellos rubios se habían manchado de sangre y estaban esparcidos por el barro. Ya no emitía sonido, apenas se movía.
El peón llegó y disparó a los animales que atacaban a mis padres con una precisión sorprendente y mi madre corrió hacia el niño.
Los gansos destruyeron parte de mi rostro, me tiraron al suelo, pero yo no dejaba de mirar el cuerpecito de mi hermano, mientras lloraba sin soltar una palabra. Ni un mísero gemido.

El cómo terminó la noche no lo recuerdo porque no me importa. No necesito saber más que lo que vi, ni necesito saber más además de que sacrificaron a todos los gansos de los alrededores por un supuesto virus contagioso entre los gansos.



La habitación quedó en silencio profundo. apenas se oían los ruidos típicos de la ciudad. José pareció meditar en qué decirme por un momento.

—Matías…

—Aún visito su tumba cada mes. el 15 de cada mes. porque él cumplía años el 15 de abril. La verdad, lloro cada vez que recuerdo que por alguna estúpida razón no creí la historia de mierda esa. Lo pude haber salvado. Me hubiera ahorrado todos estos años de terapia que son una rotura de pelotas. La verdad que todos los animales de granja y el puto campo se pueden ir la mierda.



Escrito el 15/03/23

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