Ese día, tenía un trabajo bastante simple
No me pude negar a pesar de estar cerca de navidad.
Sólo debía acomodar unos cables cruzados para que la luz de una mansión funcione otra vez. El hombre dueño junto a su familia no sabían de la sencillez de su problema, y querían pagar una fortuna por un trabajo de tan sólo diez minutos. Obviamente había exagerado el trabajo y la suma de dinero, por que ellos no tenían ningún problema con su vida y fortuna.
Me recibió amablemente una mujer esbelta y hermosa, haciendo que esperase en el gran vestíbulo hasta que llegó su esposo, moviendo a su padre en silla de ruedas. El anciano poseía en su faz una expresión austera, de desprecio y asco constante. No le di importancia, dejándome llevar hacia la fuente del ‘’gran’’ problema de la casa. Sucedía que una habitación tenía los interruptores y luces sin funcionar correctamente. La pareja se marchó luego que comenzará con mi labor, con la idea de que necesitaba suma concentración; sonreí con sorna cuando mi engaño causó el efecto que deseaba, ya imaginando la paga virtuosa que iba a obtener.
Metido en las ensoñaciones sobre el dinero, no me percaté del anciano había entrado en absoluto silencio con su pequeño nieto, que apenas alcanzaba a los manubrios de la silla metálica que empujaba.
— ¿Su trabajo es muy difícil? – preguntó el niño con tono curioso, mas con un rostro completamente inexpresivo que, fue más escalofriante que la sorpresa de no haberles oído entrar.
— Depende, a veces si, a veces no.
El pequeño se limitó a soltar un simple ‘’hum…’’ en tono de clara desconfianza.
Aunque no le di importancia, siguiendo con mi labor de alargar la situación del problema; hasta que escuché que el niño se retiraba de la habitación saludando a su abuelo. Me di la vuelta para verme a los ojos con el hombre que me observaba fijo y con miedo. Momentos después, abrió su boca tratando de decir algo, sin embargo, no fue hasta algunos minutos después que logro articular palabras.
— Ese niño… Dorian… no le preste atención. Es un engendro del infierno.
— ¿Cómo dice? – mi tartamudeo fue inevitable ante la locura que ese hombre había dicho. Mas pronto chaquee mi lengua, ladeando mi cabeza con incredulidad y burla, girándome a los cables una vez más.
— Hace dos años, en los parques traseros, Dorian desapareció. Yo lo vi, estaba jugando y riendo como cualquier niño entre los arbustos que linden con el bosque y de la nada se calló. El no oírle me asustó y, a pesar que le llamé reiteradas veces, no hubo respuesta. Le buscamos incluso con la policía, mas fue en vano; porque había desaparecido – a pesar de haber intentado hacer caso omiso al viejo, logro captar mi atención un poco, mirándole de reojo – Luego encontramos sus restos: los brazos, manos y dedos por separado, piernas y todo lo demás desperdigado entre el bosque. Pero, de la nada, una tarde a las 15:30, hora en que había desaparecido, se mostró en el lugar tarareando unos versos de un villancico; su único daño, era la nariz que sangraba, mientras observaba fijo y serio a cada quien le saliera delante. Engañó a todos, pero no a mí. Yo sé que no es el niño que perdimos en aquella navidad. Tenga cuidado, siempre pasa algo horrible en estas fechas navideñas cuando está él.
— Si… claro – atiné a responder, pensando que solo era un viejo senil.
Volví con los cables con mis herramientas, y reparé el absurdo enredo. Ya había estado ahí media hora aproximadamente. Junté mis instrumentos y llamé a los anfitriones que alegres dieron las gracias, mientras iban por el dinero. Esperaba en el gran vestíbulo junto a las escaleras. Había un reloj de pie que estaba por dar las 15:30, sonando demasiado fuerte para mi gusto.
Tic.
Tac.
Observaba el péndulo enorme que colgaba detrás del cristal, que era bonito, adornado y bañado en oro.
Tic.
Tac.
El sonido me mareaba un poco, junto con el movimiento de ese reloj.
Tic.
Tac.
La casa se sumergía en aquel estruendo sistemático que apuntó a la hora que el viejo había anunciado.
Desde el piso de arriba, se permitía escuchar el paso firme pero ligero, con una dulce y aguda voz que cantaba los versos de aquel villancico ‘’Noche de Paz’’; para que momentos después, el niño cantor se dejo ver arriba en las escaleras, con sus ojos negros abiertos completamente, con su nariz sangrando, manchando su boca y barbilla.
Ante la imagen di un paso atrás. Dorian bajo un escalón.
— Noche de paz, noche de amor…
— ¡CORRA! – gritó el anciano aterrorizado bajo el umbral de la habitación contigua – ¡CORRA ANTES DE QUE LE HAGA ALGO!
No dudé más. El niño se acercaba mas con su rostro horrible y escalofriante. Tomé como pude el picaporte de la salida mirando al pequeño, para que, al abrir, corriera como alma que le corre el diablo. Olvidando en pago, tropezando varias veces.
La mujer al oír que la puerta se abrió, se asomó por las escaleras con confusión, para cambiar a una expresión contrariada al ver que su niño y suegro reír complacidos.
— ¿En serio? ¿Otra vez? Ya es suficiente con esto de asustar invitados.
— Oh, mamá, ¡Es tan divertido! – la mayor se acercó a limpiar el rostro del pequeño.
— Era un charlatán que quería dinero. Si me hubieran dejado resolver el problema, que soy un experto electricista, ese hombre no habría tenido que venir. Se lo merece – dijo el anciano riendo.
— Si tú lo dices… – terminó la mujer pensativa sobre si realmente el hombre era un mentiroso codicioso.
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